- Pero qué co...
Ni siquiera tengo tiempo de echar mano de algún arma, o de acabar la maldición que aflora natural a mis labios, muriendo en cuanto una mano de piedra atenaza mi garganta. Intento zafarme con un estudiado y preciso golpe en su muñeca, pero antes de terminar de ejecutarlo sé que no funcionará. Es lo malo del instinto, reaccionas y a veces, no es el camino correcto.
En apenas unos segundos me tiene cogido por el cuello, contra la pared, en vilo. O es una cyborg, o tiene más implantes que un mercenario de las guerras de fe, o está puesta con algún tipo de droga de combate.
El dolor en mi mano al terminar el golpe me da la respuesta. Es una cyborg. Mierda, de la mala.
- ¿Vas a estarte quieto?
Como si tuviera muchas opciones. No me ahoga, pero ejerce la suficiente presión para hacerme saber que con un simple gesto me parte el cuello. Dejo caer los brazos a los costados, en claro signo de rendición.
- Así me gusta - comenta con una sonrisa.
Me posa suavemente en el suelo de nuevo. Sus ojos ambarinos me persiguen irremisiblemente, como si quisiera asegurarse de que mis intenciones no van a cambiar. No soy pequeño. Mido casi seis pies, y debo estar en algo más de ciento sesenta libras, y sin embargo ella me hace sentir como un niño frente a un gigante.
Observo con mayor atención a mi recién estrenada compañía. Es demasiado hermosa para ser un cyborg de combate, de formas estilizadas. Supongo que debe ser un modelo de escolta o de infiltración, aunque a efectos prácticos no hay mucha diferencia. Sin las armas adecuadas y la ocasión propicia, un cyborg significa la muerte. Lo sé, porque en su día los cacé. La verdad es que casi prefiero enfrentarme a los dragones.
Se queda con los brazos en jarras, esperando a que termine mi escrutinio. Sonríe de soslayo. mostrando de nuevo su dentadura perfecta cuando el esbozo se convierte en una sonrisa completa.
- Veo que ya estás más tranquilo. Mejor. Eso facilitará las cosas.
Creo que enarco las cejas y gruño algo, aunque la verdad es que no tengo las ideas muy claras en este momento. Un rápido vistazo a mi entrepierna explica el por qué.
- ¿Te ayudaría el hecho de verme vestida?
- Eso depende - consigo articular conscientemente.
- ¿De qué?
Miro hacia otro lado. No me malinterpreten. Llevo muchos días en la espesura, y tendrían que ver lo que yo estoy viendo. Me dedico a proseguir mi afeitado con un suspiro. Si me quisiera muerto, ya lo estaría, así que para qué preocuparse por detalles nimios.
Cambio de tema intencionadamente. Vuelta a la realidad como mecanismo de defensa.
- Me pregunto qué hace una cyborg en mitad de la nada. Estás muy lejos de cualquier lugar mínimamente civilizado. ¿Eres una refugiada?
- No lo sé.
La cuchilla se para a medio camino. Evito cortarme por puro reflejo.
-¿Perdón?
Oigo un suspiro de resignación. No recordaba que estuvieran programados para hacer eso. Actualizaciones, evoluciones supongo.
- Digo que no lo sé. Me han borrado la memoria. Alguien ha estado toqueteando aquí dentro - dice mientras señala su cabeza, justo en la sien, por donde suelen tener el microprocesador central.
- Ajá. ¿Has probado a reprogramarte?
- No puedo.
Curioso. No es algo habitual. Normalmente los cyborg vienen equipados con su propio sistema de respaldo, y están programados para aplicarlo por sí mismos. Eso evita fallos que lleguen a provocar...accidentes.
Una idea cruza mi cabecita sin apenas ser consciente de ello. Supongo que al ver la nueve milímetros algo ha hecho "click" en mis neuronas.
- ¿El cadáver de un mercenario que me he encontrado en el camino, no tendrá nada que ver, verdad?
La cyborg se apoya en la pared, cruzándose de brazos. Casi diría que adopta la típica expresión de chica en apuros. Vuelvo a desviar la vista. Sigo siendo humano después de todo.
- Es posible - dice - Todo lo que sé es que me activé a unas millas de aquí, y al poco tiempo me atacó ese mercenario. Los demás estaban cerca, así que no tuve mucho tiempo para otra cosa que no fuera correr.
Mi instinto empieza a oler un problema bien gordo. Trago saliva a medida que considero las implicaciones de lo que esta diciendo.
- ¿Cuánto tiempo hace de eso? - inquiero con ansiedad
- Hará un par de horas. No pueden rastrearme con esta ventisca, no te preocupes.
- Y una mierda que no. Te pueden estar pirateando ahora mismo y ni te darías cuenta.
Recojo mis armas. Compruebo el rifle y extiendo el cable hasta la conexión cromada que tengo en la nuca. Creo que es hora de empezar a usar algunos trucos.
- No soy un modelo obsoleto - protesta - no me están pirateando.
A veces, sólo a veces, la prudencia es algo que desprecio en cantidades alarmantes. Cuando mi cara queda a escasos palmos de la suya, mi anterior erección ha desaparecido del todo. Supongo que cada cual tiene sus prioridades. La mía en este momento es la supervivencia.
- Mira "muñeca", si tuviera tiempo de sobra te demostraría lo fácil que es, si se sabe cómo. Coge la pistola y el chuchillo, vas a cubrirme.
En cuclillas, amartillo el rifle y enciendo el conector. Mis ojos adquieren sendas retículas de apuntado. Adoro el cibercableado de puntería. Ella obedece sin rechistar. Alcanzo mi talón y presiono en él suavemente, hasta que oigo el inconfundible sonido del sensor de movimiento instalado en él, rastreando la zona. Cualquier cosa más grande que un mapache será localizada si se mueve. Rezo para que esos cabrones no estén ya en posición.
- Ahí fuera no hay nadie - comenta la cyborg con su voz perfectamente modulada.
- Vale, las damas primero - indico señalando la puerta.
Parece vacilar. Es evidente que no lo hace, no entra dentro de sus procesos lógicos. O eso, o han cambiado muchas cosas desde que dejé el negocio. Pero el caso es que lo hace, o lo parece. La veo empuñar el arma con seguridad, y echar un vistazo por la ventana. Observo cómo sus ojos cambian de color e intensidad, mientras varía de un espectro de luz a otro, en busca de posibles amenazas.
Sin previo aviso tengo un cosquilleo en la nuca, no sé determinarlo, pero es parecido a cuando acecho a un dragón, y presiento que mi presa está haciendo lo mismo conmigo.
Mierda. Oh grandísima mierda.
- ¡Sal de la cabaña, ya!
- ¿Qué?
- ¡Qué salgas joder! - grito mientras la empujo hacia la puerta - ¡Corre!
Bendito instinto. A veces te lleva a golpear a una cyborg y llevarte un chasco. Pero otras veces te salva el trasero.
Salimos a la nieve, sin mirar atrás. No me hace falta para saber lo que está pasando. La noche se ilumina como si un pequeño sol hubiera ascendido justo en medio de la cabaña, mientras la onda expansiva nos empuja a ambos varios metros, derribándonos. A mí con peor suerte. Tras la explosión que ha engullido lo que quedaba de la cabaña, distingo en el aire la inconfundible silueta de un transporte de combate aéreo.
Sus compuertas se abren y varias siluetas descienden de un salto, aterrizando suavemente en la nieve. Antes de que ninguno se mueva, ya tengo a dos de ellos en mi retícula.
Entonces es cuando mi presentimiento cobra forma, y un potente rugido se impone al ulular del viento.
Dragones.